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Dispersión de Rayleigh: Qué hace que el cielo cambie de color

Cielo al atardecer con un degradado de azul a rojo, mostrando nubes que se tiñen de colores cálidos mientras el sol se oculta en el horizonte.

El cielo que cambia de color, entre azul, atardeceres rojizos, hasta colores de ojos tienen algo en común.

Hay cosas que damos por sentado sin detenernos a pensar en su magia. Miras hacia arriba un día despejado y te encuentras con un cielo profundamente azul. Otro día, al atardecer, ese mismo cielo cambia de color y se transforma en una mezcla de naranjas, rojos y dorados que parecen pintados a mano. Incluso los ojos de algunas personas parecen contener un pedacito de ese cielo. ¿Qué hay detrás de estos colores tan familiares?

La respuesta no está en pigmentos, ni en filtros, ni en ningún truco óptico artificial. La naturaleza tiene su propia forma de pintar el mundo, y lo hace con algo que no podemos ver: partículas diminutas suspendidas en el aire. Así, sin darnos cuenta, somos testigos diarios de un fenómeno fascinante.

Hoy vamos a explorar cómo la luz, el aire y unas leyes muy antiguas de la física trabajan juntas para colorear nuestro entorno. Y aunque suene complejo, te prometemos que entenderlo puede cambiar para siempre la forma en que ves el cielo.

La luz blanca no es tan blanca como parece

Para entender este fenómeno, primero hay que recordar algo curioso sobre la luz. Lo que llamamos “luz blanca” es en realidad una mezcla de todos los colores del arcoíris. Newton lo demostró al hacer pasar un rayo de luz por un prisma, separándolo en todos sus colores visibles: del violeta al rojo.

Un prisma triangular de vidrio sobre fondo oscuro dispersa un rayo de luz blanca en un espectro de colores vibrantes.
Un rayo de luz por un prisma, separándolo en todos sus colores visibles: del violeta al rojo.

Cada uno de esos colores viaja con una longitud de onda diferente. Las más cortas, como el azul y el violeta, son más susceptibles a desviarse o “dispersarse” al chocar con partículas. Las más largas, como el rojo y el naranja, lo hacen mucho menos.

Pero la dispersión no ocurre en cualquier lugar, ni de cualquier forma. Es ahí donde entra el protagonista de esta historia.

Un fenómeno con nombre y apellido: Rayleigh

La dispersión de Rayleigh fue descrita en el siglo XIX por el físico británico Lord Rayleigh. Él descubrió que las partículas pequeñas —como las que abundan en la atmósfera terrestre— tienden a dispersar más eficazmente la luz azul que la roja.

¿Y eso qué significa? Que cuando la luz del sol atraviesa la atmósfera, las ondas cortas (azul y violeta) rebotan en todas direcciones, mientras que las largas (rojo, naranja) siguen su camino sin mucha interferencia.

Este rebote constante del azul es lo que llena todo el cielo de ese color durante el día. Curiosamente, el violeta se dispersa aún más, pero nuestros ojos no lo perciben tan bien… y el sol lo emite en menor cantidad. Por eso el cielo no es violeta, sino azul.

La explicación de cuando el cielo de los atardeceres es color fuego

Cuando el sol está bajo en el horizonte —como al amanecer o al atardecer— la luz tiene que recorrer una distancia mucho mayor en la atmósfera antes de llegar a nosotros.

Durante ese trayecto extra, el azul y el violeta se dispersan tanto que se pierden del todo, y lo que queda es la parte más resistente del espectro: los tonos rojizos, anaranjados y dorados. Así nacen los atardeceres encendidos.

Atardecer sobre un paisaje abierto con el sol tocando el horizonte y nubes teñidas de rojo, naranja y púrpura sobre el cielo que cambia de color.

Y si alguna vez notaste que los colores son más intensos después de la lluvia o cuando hay cenizas en el aire, no es tu imaginación. Las partículas extras también juegan su papel, intensificando o alterando la paleta que vemos.

¿Y los ojos azules? ¿También es Rayleigh? o solo cuando el cielo cambia de color

Sí, sorprendentemente, el mismo principio se aplica en los ojos claros. El color azul en los ojos no se debe a pigmentos azules, sino a la forma en que la luz se dispersa en las capas del iris. No hay ningún tinte celeste allí.

Así como en el cielo, las partículas microscópicas del ojo dispersan la luz azul hacia afuera, haciendo que ese sea el color que percibimos. Es, literalmente, un efecto óptico en miniatura que llevamos en la mirada. Como si tuvieramos un cielo que cambia de color

Niña de cabello castaño claro y ojos azules, de perfil y mirando a la cámara, en un bosque otoñal cubierto de hojas naranjas.

Este mismo principio explica también por qué algunos glaciares parecen azulados o por qué la luz en el mar profundo adquiere una tonalidad más fría.

La belleza escondida en lo invisible

La dispersión de Rayleigh es un recordatorio de que incluso lo más cotidiano puede tener una historia asombrosa detrás. Algo tan común como mirar al cielo, o tan simple como cruzarse con alguien de ojos claros, está profundamente conectado con las leyes de la física.

Cada vez que el sol se pone, o que el día amanece despejado, o que miras el cielo y parece un mar sin olas… estás presenciando un fenómeno que, aunque invisible, lo transforma todo.

Puede que nunca veas las partículas que lo hacen posible. Pero ahora sabes que están ahí, pintando el mundo con una paleta que cambia según la hora, la atmósfera… y tu punto de vista.

Referencias

Qué es la dispersión de Rayleigh y qué tiene que ver con que a veces el Sol y el cielo se vean tan rojos

bbc.com

Robinson G.

Escritor entusiasta. Me gusta explorar temas curiosos y dudas existenciales. Todo empezó con aquellos “Datos curiosos de Google”.